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Mostrando las entradas etiquetadas como Colombia Gobierno

Danza de Cortesías

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El arte invisible que sostiene la convivencia. En medio de la silenciosa madrugada, cuando el reloj del mundo parecía detenerse y las sombras se estiraban perezosas en los rincones, ella, ajena al bullicio de los días, navegaba en la corriente incesante de sus pensamientos. La habitación, un refugio de penumbra y sosiego, guardaba en sus paredes el eco de una vida tejida con finas hebras de cortesía y sutileza, un tejido casi invisible que, sin embargo, sostenía con firmeza los hilos de la convivencia diaria. En su mente, cada gesto, cada palabra, se enredaba en la urdimbre de normas no escritas, reglas sutiles que habían sido heredadas con la misma naturalidad con que se heredan los gestos o los silencios. Ella sabía que, en esos pequeños detalles, en el modo en que una mirada se deslizaba sin prisa o en el tono cuidadosamente medido de una respuesta, se encontraba la verdadera sustancia de las interacciones humanas, ese delicado equilibrio que mantenía

El Milagro de Cada Día

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La Sabiduría del Tiempo. A lo largo de su vida, había recorrido las calles empedradas de su pueblo con la misma cadencia con la que la lluvia acaricia la tierra seca, sin prisa y con el ritmo sabio de quien ha visto al sol hundirse en el horizonte una y otra vez, sin perder la esperanza de verlo nacer de nuevo al alba. Sus manos, curtidas por los años, sostenían con firmeza el bastón que lo acompañaba en sus caminatas matutinas, y aunque su cuerpo había menguado en fuerzas, su espíritu permanecía inquebrantable. La edad, esa compañera constante, le había enseñado que cada amanecer era un regalo envuelto en los colores dorados de un nuevo día, un presente que se abría con la ilusión intacta de quien, aun habiendo vivido muchas vidas en una sola, no temía al mañana. Había aprendido a esperar, no con la impaciencia de la juventud, sino con la serenidad de quien sabe que la vida es un río que nunca se detiene, y que, aunque las aguas sean más lentas, siempre

El Espejismo de la Grandeza

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La Paradoja de lo Cotidiano. En un rincón olvidado de la vasta llanura, donde el viento parecía tejer historias con el polvo y los matorrales, vivía un hombre de mirada esquiva y pasos firmes. Se decía que tenía un corazón repleto de sueños grandiosos, aspiraciones que podían hacer temblar los cimientos del universo si tan solo lograra ponerlas en marcha. Sin embargo, aquellos que lo conocían, o más bien, que creían conocerlo, veían en él una contradicción viva, un ser que hablaba con elocuencia de las injusticias del mundo, de las guerras que asolaban tierras lejanas y de los males que afligían a naciones enteras, pero cuya propia casa se desmoronaba en un silencio polvoriento. Entre las paredes agrietadas de su humilde morada, donde la luz del sol se colaba a través de ventanas rotas, el caos reinaba en forma de montañas de papeles, platos sucios acumulados como testigos mudos de una indiferencia autoinfligida, y plantas marchitas que alguna vez fueron