El Incesante Devenir del Tiempo

Un Año en la Travesía de la Vida.

En la quietud de una tarde que parecía inmóvil, un año prometía desdoblarse con una complejidad imprevisible. A lo largo de esos meses, la vida, en su constante metamorfosis, aguardaba sorpresas tanto gratas como amargas. No era cuestión de desear o temer; simplemente, era la naturaleza del tiempo, que se derramaba generoso y cruel sobre los días. Los amores, como hojas al viento, se aparecían de repente y se esfumaban con la misma velocidad. Algunas veces, el corazón latía con la certeza de haber encontrado aquello que tanto había buscado, solo para descubrir más tarde que el destino era experto en jugarretas. Otras veces, el vacío dejaba de ser un enemigo y se revelaba como un espacio necesario, donde uno aprendía a conocerse sin la distracción de la compañía. En medio de este vaivén, la tranquilidad de saberse entero sin otro reflejo que el propio, se convertía en un acto de resistencia ante la fugacidad de los sentimientos.

En el transcurso de ese año, las noches se volvieron escenarios de batallas silenciosas. Los sueños, que en un tiempo habían sido refugio, mutaron en campos de guerra, revelando miedos que en la vigilia permanecían ocultos. Sin embargo, esos miedos, lejos de ser sólo una carga, se transformaron en revelaciones íntimas. La mente, en su incansable búsqueda de respuestas, desenmascaraba las sombras internas que, al enfrentarse a la luz del día, perdían su poder amenazante. La conciencia del miedo se convertía en un arma, una herramienta para esculpir la propia. Así, los días avanzaban entre la luz y la oscuridad, cada uno marcando un punto en la interminable línea del tiempo, donde cada pesadilla era una oportunidad de redescubrimiento, de entender que el verdadero adversario no era lo que se soñaba, sino el miedo mismo.

Con el paso del tiempo, las estaciones cambiaron de traje, y el paisaje, tanto externo como interno, se transformó. La vida, en su incesante danza, tejió nuevos caminos y deshizo algunos ya conocidos. En cada giro del calendario, se tejieron historias y se deshicieron otras, como si la vida fuera una telaraña que constantemente se reconfigura. A medida que las hojas caían y los brotes nuevos aparecían, el pasado se fue cubriendo de una pátina de nostalgia, mientras el futuro se delineaba con trazos inciertos pero llenos de promesas. El tiempo, ese artista invisible, jugaba con los hilos de la existencia, enseñando que en un año pueden ocurrir más cosas de las que el corazón y la mente pueden prever. Y al final de ese ciclo, se descubrió que la vida no era sino un constante devenir, una perpetua travesía donde cada momento, cada emoción, cada miedo y cada amor eran sólo partes de un todo en eterno movimiento.


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