La segunda reelección de Uribe: No es un asunto político, es mediático
José Gregorio Hernández
Reelección o catástrofeLos temas de alto interés nacional deben ser estudiados de manera objetiva e imparcial, precisamente porque la suerte de todos depende de si la decisión es acertada o no lo es.
Por eso invito a los lectores y lectoras a que por un momento tratemos de dejar de lado nuestras posiciones políticas o ideológicas para hacer un examen reposado de los hechos, más allá de la intensa polarización que el país está viviendo. Ese encerrarse en posiciones opuestas y dogmáticas es peligroso para la democracia que nos urge conservar y que - en medio de tantas dificultades, por encima de muchos odios y muchas trifulcas - hemos logrado conservar desde 1810 hasta 2009.
Colombia está hoy en una verdadera encrucijada, que los medios de comunicación y las encuestas han logrado crear y convertir en una realidad. Esa encrucijada se concreta en los siguientes términos: ¡reelección de Uribe o caos! (o “hecatombe”, como él mismo denominó la hipótesis de su tercera postulación). En otras palabras, no hay otro colombiano que pueda asumir la responsabilidad de conducir los destinos nacionales. Si Uribe no es, no puede ser nadie. Fuera de Uribe, no hay salvación.
Por eso invito a los lectores y lectoras a que por un momento tratemos de dejar de lado nuestras posiciones políticas o ideológicas para hacer un examen reposado de los hechos, más allá de la intensa polarización que el país está viviendo. Ese encerrarse en posiciones opuestas y dogmáticas es peligroso para la democracia que nos urge conservar y que - en medio de tantas dificultades, por encima de muchos odios y muchas trifulcas - hemos logrado conservar desde 1810 hasta 2009.
Colombia está hoy en una verdadera encrucijada, que los medios de comunicación y las encuestas han logrado crear y convertir en una realidad. Esa encrucijada se concreta en los siguientes términos: ¡reelección de Uribe o caos! (o “hecatombe”, como él mismo denominó la hipótesis de su tercera postulación). En otras palabras, no hay otro colombiano que pueda asumir la responsabilidad de conducir los destinos nacionales. Si Uribe no es, no puede ser nadie. Fuera de Uribe, no hay salvación.
Las virtudes del Presidente UribeEn el nivel personal, no tengo nada contra el Presidente Uribe. Es una persona inteligente, sagaz, comprometida -creo que sinceramente- desde su peculiar posición con lo que él considera el único interés nacional -derrotar a la guerrilla-; y es, simultáneamente, un político hábil; un individuo dotado de especial carisma, que une a su simpatía y calidez un sello de inocencia que desarma a sus enemigos; dueño de una importante capacidad de convicción, es un magnífico comunicador; un excelente relacionista; y un publicista creativo que ya quisieran tener las mejores agencias de propaganda en el mundo.
El Presidente es, además, un hombre sencillo y abierto, con quien toda persona puede tener contacto. No está contaminado por esa estúpida actitud de los que, no habiendo sido jamás importantes, adquieren importancia de la noche a la mañana. Uribe no: si algo tiene es el orgullo de ser colombiano, y, como no es torpe, no cae en esas tentaciones -propias de los incapaces- , y está al nivel del arquitecto y del obrero; del magnate y de la secretaria; del comerciante y del campesino. Con todos habla. A todos atiende. Y goza de una memoria envidiable, que le permite recordar siempre hasta los mínimos detalles de muchas cosas, lo que subyuga a sus interlocutores. Confieso que, si no fuera por la absoluta incompatibilidad entre sus ideas y las mías, sería uribista. Hasta me pareció en algún momento que, dadas las circunstancias políticas, en 2006 su continuidad era algo natural o inevitable, aunque -como se sabe- soy enemigo -en abstracto- de todas las formas reeleccionistas.
El Presidente es, además, un hombre sencillo y abierto, con quien toda persona puede tener contacto. No está contaminado por esa estúpida actitud de los que, no habiendo sido jamás importantes, adquieren importancia de la noche a la mañana. Uribe no: si algo tiene es el orgullo de ser colombiano, y, como no es torpe, no cae en esas tentaciones -propias de los incapaces- , y está al nivel del arquitecto y del obrero; del magnate y de la secretaria; del comerciante y del campesino. Con todos habla. A todos atiende. Y goza de una memoria envidiable, que le permite recordar siempre hasta los mínimos detalles de muchas cosas, lo que subyuga a sus interlocutores. Confieso que, si no fuera por la absoluta incompatibilidad entre sus ideas y las mías, sería uribista. Hasta me pareció en algún momento que, dadas las circunstancias políticas, en 2006 su continuidad era algo natural o inevitable, aunque -como se sabe- soy enemigo -en abstracto- de todas las formas reeleccionistas.